e5680d05c88f5fb065f8e1ca257d5993

Estoy cansado de este sabor a sarro en cada diente y filo de mi boca, quisiera por un segundo, al menos uno, asomarme por esa ventana diminuta que me trae esta luz, salir de los días y saber que tal vez Él todavía este allí, esperando como siempre con su traje lóbrego y sus guantes de cuero negro, con sus ojos oscuros con los que me rozó la primera vez que clavó su vista en mi.

Quisiera no saber sus secretos, nunca haberme quedado prendido de su figura inquieta desde la primera vez que vi su foto importante en ya no recuerdo que periódico. Aun usaba sus lentes azules y ropa de color o ya no recuerdo si era su traje negro, su corbata o su uniforme de embajador de las legiones estelares. Y aquella tarde, lo vi caminando importante por la calle a medio desolar con sus guardianes como perros rabiosos tras de Él, como los perros que llegaban a hacer las algarabías de jauría indómita bajo la ventana amplia de mi casa de barrio, no como esta, no este pequeño cuadrado de luz agónica, en fin, caminaba con su prestancia de paso seguro.

Desde entonces seguí sus pasos por todos los rincones de su agenda, surcando el suelo de sus pisadas, hasta que mi presencia ya no era imperceptible para la jauría oscura de su séquito, hasta que me hicieron jurar fidelidad a su efigie inmortal y me volví yo un perro mas en la manada rabiosa de su comparsa, queriendo tenerlo cerca, recordando el calor inmenso de su mano de cuero apretando la mía la primera vez que me saludó. Él era Elvis, Sinatra, el hijo de Rimbaud y Verlaine, era todo eso y un poco mas.

Los días se fueron convirtiendo en maratones de horas infinitas de observar su espalda de hombre importante, de soñar despierto y ver en Él todo lo que quería ser, ocupar su lugar, caminar con pasos firmes y seguros y tener mi jauría propia de perros negros, de guardianes ágiles, de tener sus trajes de corte italiano y tener aquellos burdeles chillones de parrandas perpetuas para mi solo.

Me convertí de pronto en sombra, en una copia en negativo, en la imitación inmediata de sus actos y movimientos, siempre gravitando a la redonda de su cuerpo y su rostro popular, me convertí en el rostro anónimo del fondo de las tomas de televisión. Hice todo, aun recuerdo el olor dulzón y fétido de las costras de sangre de cadáveres numerosos de los que fui autor, pero mas que todo recuerdo su risa complaciente.

Vi demasiados números rojos, demasiadas cifras sin lugar, demasiada sangre oscura, supe demasiados nombres, escuché demasiadas risas, demasiado de todo, y por todo eso creía que me fundiría en su ropa, que caminaría sus pasos, que en su lecho agónico me daría el cetro de su poder…

Sin embargo llevo días aquí en esta oscuridad, solo, con una ventana de luz tenue en lo alto de este encierro. Tengo hambre y cada ruido de la noche me suena a una bala perdida que viene irremediablemente por mí.