Aquella lluviosa mañana de Junio Nicolás se acostó extenuado, mirando los infinitos agujeros de metal y cartón y jamás imagino lo que sucedería después.

Había adquirido el conocimiento que es más luz que el sol, porque estas no conocen las sombras ni la tinieblas, pero la luz lo cegó al extremo  de transformarlo en un ser vacuo y mezquino. La trágica noticia de la muerte de sus padres, esposa e hijos había trastornado toda su sapiensa y sensibilidad artística, y en su lugar el odio y la soberbia se había apoderado de su persona.

Dilapidar la herencia de sus padres, realizar viajes innecesarios al exterior y organizar fiesta en donde los excesos y derroche, el placer y la lujuria no podían faltar era algo que no le importaba en lo más mínimo.

Su enmudecido violín se hacía sentir dentro de sus arqueólogos y fanáticos de su obra que le instaban a superar la congoja, “El arte debe continuar”, “Sus magistrales composiciones maestro no tiene   comparación”, “La poesía del sonido necesita de su sublime talento”.- Estas y otras expresiones de afecto, admiración y adulación no lograban hacer reflexionar al artista que continuaba con su delirante estilo de vida.

Hasta que una tibia mañana logro sentir los estragos de su desidia que lo obligó a tratarse con urgencia con el doctor particular de la familia. Luego de examinarlo minuciosamente le diagnosticaron cáncer pulmonar y tumor cerebral.

“Ahora seduciré a la enfermedad y la muerte  con mi regreso al arte abstracto, daré una fiesta de disfraces en la casa de las lomas, mi mayor concierto y tal vez mi soñada metempsicosis”.- le termino respondiendo al perplejo galeno.

Busco día y noche la inspiración  y también una nueva creación en lo más profundo de su espíritu, pero su diletantismo se encontraba atrapado en el meandro de la desdicha y su instinto musical agonizando en la cruda verdad. Lo único que logro fue tan solo acelerar su enfermedad.

La casa de las lomas se abarroto de invitados. Ministros disfrazados de payasos, cantantes con traje de monja, militares con cara de artistas, gatos, travestis, dictadores, vampiros y hasta el embriagado Shakespeare que metido en la piscina sangraba por la nariz.

Los medios instalaron sus cámaras frente al ostentoso y medieval escenario en espera del genio de las cuatro cuerdas y orgullo de la pequeña nación… los asistentes comían y bebían lo mejor de Francia, Managua y León y en la rueda oscura de la noche las artísticas explosiones pirotécnicas inyectaban la alegría por los ojos a la gente de la calle… seguramente se trata de otras de su excentricidades y se encuentra entre nosotros disfrazado de payaso, gato o rey. Está esperando es claro el momento propicio para sorprendernos con su divino arte”,- finalizaba diciendo un obeso bufón frente a las cámaras antes de ir a comerciales, mientras la celebración continuaba su prosaico e indefinible curso.

En el ático todo se encontraba sucio, revuelto y lleno de polilla. Un fantasma hurgaba con sus huesudas y pálidas manos los recuerdos olvidados de su infancia que le devolvieron la magia y la visión. Encontró al hacedor de la luz, armonía, consonancia, sonido, color y la mayor emoción estética que le ayudo  por un breve momento a recuperar su verdadero “Yo”.

El profesor Nicolás Sotomayor se miró tieso, sin movimiento en su desvencijado lecho de madera, comprendió que todo había sido una fantasía una ilusión para lograr despertar a la realidad de su agujereado antro de metal y cartón, y su deplorable indigencia, intentó moverse pero le fue imposible hacerlo e inopinadamente fue víctima de otro letal ensueño que lo mató de inanición.