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PROMETHEUS
Lord Byron
Titan! to whose immortal eyes
The sufferings of mortality,
Seen in their sad reality,
Were not as things that gods despise;
What was thy pity’s recompense?
A silent suffering, and intense;
The rock, the vulture, and the chain,
All that the proud can feel of pain,
The agony they do not show,
The suffocating sense of woe,
Which speaks but in its loneliness,
And then is jealous lest the sky
Should have a listener, nor will sigh
Until its voice is echoless.
Titan! to thee the strife was given
Between the suffering and the will,
Which torture where they cannot kill;
And the inexorable Heaven,
And the deaf tyranny of Fate,
The ruling principle of Hate,
Which for its pleasure doth create
The things it may annihilate,
Refus’d thee even the boon to die:
The wretched gift Eternity
Was thine—and thou hast borne it well.
All that the Thunderer wrung from thee
Was but the menace which flung back
On him the torments of thy rack;
The fate thou didst so well foresee,
But would not to appease him tell;
And in thy Silence was his Sentence,
And in his Soul a vain repentance,
And evil dread so ill dissembled,
That in his hand the lightnings trembled.
Thy Godlike crime was to be kind,
To render with thy precepts less
The sum of human wretchedness,
And strengthen Man with his own mind;
But baffled as thou wert from high,
Still in thy patient energy,
In the endurance, and repulse
Of thine impenetrable Spirit,
Which Earth and Heaven could not convulse,
A mighty lesson we inherit:
Thou art a symbol and a sign
To Mortals of their fate and force;
Like thee, Man is in part divine,
A troubled stream from a pure source;
And Man in portions can foresee
His own funereal destiny;
His wretchedness, and his resistance,
And his sad unallied existence:
To which his Spirit may oppose
Itself—and equal to all woes,
And a firm will, and a deep sense,
Which even in torture can descry
Its own concenter’d recompense,
Triumphant where it dares defy,
And making Death a Victory.
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PROMETHEUS
Johann Wolfgang von Goethe
COVER thy spacious heavens, Zeus,
With clouds of mist,
And, like the boy who lops
The thistles’ heads,
Disport with oaks and mountain-peaks,
Yet thou must leave
My earth still standing;
My cottage too, which was not raised by thee;
Leave me my hearth,
Whose kindly glow
By thee is envied.
I know nought poorer
Under the sun, than ye gods!
Ye nourish painfully,
With sacrifices
And votive prayers,
Your majesty:
Ye would e’en starve,
If children and beggars
Were not trusting fools.
While yet a child
And ignorant of life,
I turned my wandering gaze
Up tow’rd the sun, as if with him
There were an ear to hear my wailings,
A heart, like mine,
To feel compassion for distress.
Who help’d me
Against the Titans’ insolence?
Who rescued me from certain death,
From slavery?
Didst thou not do all this thyself,
My sacred glowing heart?
And glowedst, young and good,
Deceived with grateful thanks
To yonder slumbering one?
I honour thee! and why?
Hast thou e’er lighten’d the sorrows
Of the heavy laden?
Hast thou e’er dried up the tears
Of the anguish-stricken?
Was I not fashion’d to be a man
By omnipotent Time,
And by eternal Fate,
Masters of me and thee?
Didst thou e’er fancy
That life I should learn to hate,
And fly to deserts,
Because not all
My blossoming dreams grew ripe?
Here sit I, forming mortals
After my image;
A race resembling me,
To suffer, to weep,
To enjoy, to be glad,
And thee to scorn,
As I!
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PROMETEO
Renato Leduc
El siempre gentil Mijaíl Lamas me hizo llegar hace unos días este poema de Renato Leduc (1934), que aquí reproduzco para deleite del respetable. Panistas y socias del Club de Escritoras de Xalapa absténganse.
ACTO I
PROMETEO, CRATOS, HEFESTOS
CRATOS
(a Prometeo)
Por fin hemos llegado
al siniestro confín de Recabado.
Tú, padrote de de putas miserables,
quedarás enclavado en esta roca,
un chancro fagedénico en tu boca
dejará cicatrices imborrables.
(a Hefestos)
Y tú, cojo cabrón, ya palideces
como si fueras a correr su suerte.
Átalo pronto, que si no, mereces
¡oh! ¡pendejo inmortal, que te dé muerte!
HEFESTOS
(para sí)
Yo no tengo la culpa de apreciarle,
juntos corrimos memorable juerga.
¡Oh miseria! ¡Oh dolor! Tener que atarle
de pies y manos, de pescuezo y verga.
CRATOS
¿Acabarás por fin con la tarea
que Zeus te encomendó…?
HEFESTOS
¡Que yo no vea
realizarse mis fúnebres temores…!
CRATOS
Déjate de lamentos y clamores
y di ¿qué es lo que temes insensato?
¿acaso quieres que valor te preste?
HEFESTOS
(profético)
Que no te llegue el doloroso rato
que estás haciendo padecer a este;
que tu pene inmortal no se convierta
en huachinango con la boca abierta;
que tu miembro viril erecto y seco
no escurra nunca pasta de pebeco.
CRATOS
¿Qué palabras fatídicas brotaron
del cerco de tus dientes, desdichado?
Jamás los vaticinios me asustaron
porque el ánimo tengo bien templado.
No cumplida verás tu predicción
yo nunca voy con putas de a tostón.
Además, en las aguas del Pocito
invunerable se volvió mi pito.
HEFESTOS
No te jactes, ¡oh Cratos!, del telúrico
miembro viril que te obsequió Natura,
mira que hay chancros de ácido sulfúrico
que polvo vuelven a la piedra dura.
CRATOS
No me asustas, no soy de tus pendejos;
abstente de dictar nuevos consejos
y acaba de forjar esas cadenas…
HEFESTOS
Bien forjadas están, mayores penas
sufren quien forja que quien solo manda
con duro acento…
CRATOS
(a Prometeo)
…Anda
Titánida feroz, lleno de dolo,
¡decláranos la guerra!
Desciende hasta la Tierra
donde viven los hombres cual lombrices
y enséñales placeres que tan solo
reservados están a los felices.
Si a las efímeras piedad te mueve,
enséñalas a hacer sesenta y nueve.
Titánida feroz, lleno de dolo,
aquí te vas a ver jodido y solo,
que las putas de lengua articulada
nada pueden hacer, no pueden nada…
(vanse)
ACTO II
PROMETEO, HERMES, CORO DE OCEÁNIDAS
PROMETEO
(encadenado se dirige a los elementos)
Éter sulfúrico, bebidas embriagantes,
claros raudales de tequila Sauza;
Vedme sujeto a pruebas torturantes
y sin saber siquiera por qué causa!
¡Oh twenty dollars coin que ruedas mansamente
por el tapete azul del infinito;
vástago de Hiperión, dios igniscente
apaga los ardores de mi pito!
Tú, que brindas tu luz a los mortales
cual cerúlea linterna,
mírame padecer horrendos males…
Como la Hidra de Lerna
llevo en mi sangre gérmenes fatales.
Tierra nutricia, asfalto de la calle,
soñoliento gendarme de la esquina,
impide que la inquina
de Zeus Cronida sobre mí restalle
(escuchando un batir de alas que se aproxima)
Alguien viene. ¿quién es? ¿baja del cielo
un inmortal para tomarme el pelo?
CORO DE OCEÁNIDAS
Desdichado titán, hemos venido
veloces desde el fondo del Océano
para tenderte una piadosa mano
en el momento en que te ves jodido.
Relátanos por qué quiso el Cronida
tenerte así, con la cabeza erguida
con los brazos en cruz y ¡oh cruel tirano!
con un falo metido por el ano.
Refiérenos también, uno por uno,
los pormenores de tu cruel suplicio.
¿Por el chiquito te cogiste a Juno?
¿Rompiste sin querer el orificio
ambrosiano y sutil, por donde mea,
a la divina Palas Atenea…?
PROMETEO
¡Oh, prole innumerable de Pánfilo Zendejas!
Ya que piadosas escucháis mis quejas,
ya que venís del fondo del Océano
para tenderme una piadosa mano,
os voy a referir por qué delito
quiso el Cronida cercenarme el pito.
Los hombres miserables por el monte
vagaban, persiguiendo a las mujeres,
y su coito tenía los caracteres
que tiene el coito del iguanodonte.
Yo los vi cohabitar en las cavernas
sin un petate en que tender las piernas,
sin otra almohada que la roca dura.
Tan solo conocían una postura
para efectuar el acto del amor…
Transido de dolor
yo enseñé a los mortales industriosos
cuarentas y sesis maneras de joder.
Sabiamente les hice comprender
que en esto de los lances amorosos
se llega al non plus ultra del placer
dando cierta postura a la mujer.
Por mí supieron que el sesenta y nueve
obedece a las leyes del Clynamen
porque yo lo enseñé, ahora mueve
cualquier mujer el blando caderamen.
Mi enseñanza cundió por el Urano
y jodieron hermano con hermana
y los dioses sintieron en el ano
“una sensual hiperestesia humana”.
Tal es, dulces deidades, mi delito;
tal es el crimen de que se me acusa;
por él se quiere convertirme el pito
en una inútil cafetera rusa.
OCEÁNIDA
Desdichado Titán, te he de decir
que por falta de pene no habrás mengua.
Confórmate que allá en le porvenir
lo que habrás menester será la lengua.
PROMETEO
Si me hubiera tejido la puñeta
no sintiera el dolor de que taladre
mi canal uretral la espiroqueta…
(a Hermes que llega)
Mensajero fatal ¡Chinga a tu madre!
HERMES
(cantando)
Tal parece que estás arrepentido…
PROMETEO
¡Oh Zeus, tirano fermentido,
sé que voy a sufrir y me conformo…!
LAS OCEÁNIDAS
(retirándose)
¡Qué olor tan espantoso a yodoformo…
PROMETEO
(bajo el bisturí de Hermes)
¡Ay…!
OCEÁNIDAS
(en la lejanía)
¡Que caray…! ¡Que caray…!
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A MI BUITRE
Miguel de Unamuno
Este buitre voraz de ceño torvo
que me devora las entrañas fiero
y es mi único constante compañero
labra mis penas con su pico corvo.
El día en que le toque el postrer sorbo
apurar de mi negra sangre, quiero
que me dejéis con él solo y señero
un momento, sin nadie como estorbo.
Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía
mientras él mi último despojo traga,
sorprender en sus ojos la sombría
mirada al ver la suerte que le amaga
sin esta presa en que satisfacía
el hambre atroz que nunca se le apaga.
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PROMETHEUS UNBOUND
Percy Bysshe Shelley
(excerpt)
SCENE.—A Ravine of Icy Rocks in the Indian Caucasus. Prometheus is discovered bound to the Precipice. Panthea and Ione are seated at his feet. Time: night. During the Scene, morning slowly breaks.
Prometheus.
Monarch of Gods and Dæmons, and all Spirits
But One, who throng those bright and rolling worlds
Which Thou and I alone of living things
Behold with sleepless eyes! regard this Earth
Made multitudinous with thy slaves, whom thou
Requitest for knee-worship, prayer, and praise,
And toil, and hecatombs of broken hearts,
With fear and self-contempt and barren hope.
Whilst me, who am thy foe, eyeless in hate,
Hast thou made reign and triumph, to thy scorn,
O’er mine own misery and thy vain revenge.
Three thousand years of sleep-unsheltered hours,
And moments aye divided by keen pangs
Till they seemed years, torture and solitude,
Scorn and despair,—these are mine empire:—
More glorious far than that which thou surveyest
From thine unenvied throne, O Mighty God!
Almighty, had I deigned to share the shame
Of thine ill tyranny, and hung not here
Nailed to this wall of eagle-baffling mountain,
Black, wintry, dead, unmeasured; without herb,
Insect, or beast, or shape or sound of life.
Ah me! alas, pain, pain ever, for ever!
No change, no pause, no hope! Yet I endure.
I ask the Earth, have not the mountains felt?
I ask yon Heaven, the all-beholding Sun,
Has it not seen? The Sea, in storm or calm,
Heaven’s ever-changing Shadow, spread below,
Have its deaf waves not heard my agony?
Ah me! alas, pain, pain ever, for ever!
The crawling glaciers pierce me with the spears
Of their moon-freezing crystals, the bright chains
Eat with their burning cold into my bones.
Heaven’s wingèd hound, polluting from thy lips
His beak in poison not his own, tears up
My heart; and shapeless sights come wandering by,
The ghastly people of the realm of dream,
Mocking me: and the Earthquake-fiends are charged
To wrench the rivets from my quivering wounds
When the rocks split and close again behind:
While from their loud abysses howling throng
The genii of the storm, urging the rage
Of whirlwind, and afflict me with keen hail.
And yet to me welcome is day and night,
Whether one breaks the hoar frost of the morn,
Or starry, dim, and slow, the other climbs
The leaden-coloured east; for then they lead
The wingless, crawling hours, one among whom
—As some dark Priest hales the reluctant victim—
Shall drag thee, cruel King, to kiss the blood
From these pale feet, which then might trample thee
If they disdained not such a prostrate slave.
Disdain! Ah no! I pity thee. What ruin
Will hunt thee undefended through wide Heaven!
How will thy soul, cloven to its depth with terror,
Gape like a hell within! I speak in grief,
Not exultation, for I hate no more,
As then ere misery made me wise. The curse
Once breathed on thee I would recall. Ye Mountains,
Whose many-voicèd Echoes, through the mist
Of cataracts, flung the thunder of that spell!
Ye icy Springs, stagnant with wrinkling frost,
Which vibrated to hear me, and then crept
Shuddering through India! Thou serenest Air,
Through which the Sun walks burning without beams!
And ye swift Whirlwinds, who on poisèd wings
Hung mute and moveless o’er yon hushed abyss,
As thunder, louder than your own, made rock
The orbèd world! If then my words had power,
Though I am changed so that aught evil wish
Is dead within; although no memory be
Of what is hate, let them not lose it now!
What was that curse? for ye all heard me speak.
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PROMÉTHÉE
Louise Ackermann
À Daniel Stern.
Frappe encor, Jupiter, accable-moi, mutile
L’ennemi terrassé que tu sais impuissant !
Écraser n’est pas vaincre, et ta foudre inutile
S’éteindra dans mon sang,
Avant d’avoir dompté l’héroïque pensée
Qui fait du vieux Titan un révolté divin ;
C’est elle qui te brave, et ta rage insensée
N’a cloué sur ces monts qu’un simulacre vain.
Tes coups n’auront porté que sur un peu d’argile ;
Libre dans les liens de cette chair fragile,
L’âme de Prométhée échappe à ta fureur.
Sous l’ongle du vautour qui sans fin me dévore,
Un invisible amour fait palpiter encore
Les lambeaux de mon coeur.
Si ces pics désolés que la tempête assiège
Ont vu couler parfois sur leur manteau de neige
Des larmes que mes yeux ne pouvaient retenir,
Vous le savez, rochers, immuables murailles
Que d’horreur cependant je sentais tressaillir,
La source de mes pleurs était dans mes entrailles ;
C’est la compassion qui les a fait jaillir.
Ce n’était point assez de mon propre martyre ;
Ces flancs ouverts, ce sein qu’un bras divin déchire
Est rempli de pitié pour d’autres malheureux.
Je les vois engager une lutte éternelle ;
L’image horrible est là ; j’ai devant la prunelle
La vision des maux qui vont fondre sur eux.
Ce spectacle navrant m’obsède et m’exaspère.
Supplice intolérable et toujours renaissant,
Mon vrai, mon seul vautour, c’est la pensée amère
Que rien n’arrachera ces germes de misére
Que ta haine a semés dans leur chair et leur sang.
Pourtant, ô Jupiter, l’homme est ta créature ;
C’est toi qui l’as conçu, c’est toi qui l’as formé,
Cet être déplorable, infirme, désarmé,
Pour qui tout est danger, épouvante, torture,
Qui, dans le cercle étroit de ses jours enfermé,
Étouffe et se débat, se blesse et se lamente.
Ah ! quand tu le jetas sur la terre inclémente,
Tu savais quels fléaux l’y devaient assaillir,
Qu’on lui disputerait sa place et sa pâture,
Qu’un souffle l’abattrait, que l’aveugle Nature
Dans son indifférence allait l’ensevelir.
Je l’ai trouvé blotti sous quelque roche humide,
Ou rampant dans les bois, spectre hâve et timide
Qui n’entendait partout que gronder et rugir,
Seul affamé, seul triste au grand banquet des êtres,
Du fond des eaux, du sein des profondeurs champêtres
Tremblant toujours de voir un ennemi surgir.
Mais quoi ! sur cet objet de ta haine immortelle,
Imprudent que j’étais, je me suis attendri ;
J’allumai la pensée et jetai l’étincelle
Dans cet obscur limon dont tu l’avais pétri.
Il n’était qu’ébauché, j’achevai ton ouvrage.
Plein d’espoir et d’audace, en mes vastes desseins
J’aurais sans hésiter mis les cieux au pillage,
Pour le doter après du fruit de mes larcins.
Je t’ai ravi le feu ; de conquête en conquête
J’arrachais de tes mains ton sceptre révéré.
Grand Dieu ! ta foudre à temps éclata sur ma tête ;
Encore un attentat, l’homme était délivré !
La voici donc ma faute, exécrable et sublime.
Compatir, quel forfait ! Se dévouer, quel crime !
Quoi ! j’aurais, impuni, défiant tes rigueurs,
Ouvert aux opprimés mes bras libérateurs ?
Insensé ! m’être ému quand la pitié s’expie !
Pourtant c’est Prométhée, oui, c’est ce même impie
Qui naguère t’aidait à vaincre les Titans.
J’étais à tes côtés dans l’ardente mêlée ;
Tandis que mes conseils guidaient les combattants,
Mes coups faisaient trembler la demeure étoilée.
Il s’agissait pour moi du sort de l’univers :
Je voulais en finir avec les dieux pervers.
Ton règne allait m’ouvrir cette ère pacifique
Que mon coeur transporté saluait de ses voeux.
En son cours éthéré le soleil magnifique
N’aurait plus éclairé que des êtres heureux.
La Terreur s’enfuyait en écartant les ombres
Qui voilaient ton sourire ineffable et clément,
Et le réseau d’airain des Nécessités sombres
Se brisait de lui-même aux pieds d’un maître aimant.
Tout était joie, amour, essor, efflorescence ;
Lui-même Dieu n’était que le rayonnement
De la toute-bonté dans la toute-puissance.
O mes désirs trompés ! O songe évanoui !
Des splendeurs d’un tel rêve, encor l’oeil ébloui,
Me retrouver devant l’iniquité céleste.
Devant un Dieu jaloux qui frappe et qui déteste,
Et dans mon désespoir me dire avec horreur :
« Celui qui pouvait tout a voulu la douleur ! »
Mais ne t’abuse point ! Sur ce roc solitaire
Tu ne me verras pas succomber en entier.
Un esprit de révolte a transformé la terre,
Et j’ai dès aujourd’hui choisi mon héritier.
Il poursuivra mon oeuvre en marchant sur ma trace,
Né qu’il est comme moi pour tenter et souffrir.
Aux humains affranchis je lègue mon audace,
Héritage sacré qui ne peut plus périr.
La raison s’affermit, le doute est prêt à naître.
Enhardis à ce point d’interroger leur maître,
Des mortels devant eux oseront te citer :
Pourquoi leurs maux ? Pourquoi ton caprice et ta haine ?
Oui, ton juge t’attend, – la conscience humaine ;
Elle ne peut t’absoudre et va te rejeter.
Le voilà, ce vengeur promis à ma détresse !
Ah ! quel souffle épuré d’amour et d’allégresse
En traversant le monde enivrera mon coeur
Le jour où, moins hardie encor que magnanime,
Au lieu de l’accuser, ton auguste victime
Niera son oppresseur !
Délivré de la Foi comme d’un mauvais rêve,
L’homme répudiera les tyrans immortels,
Et n’ira plus, en proie à des terreurs sans trêve,
Se courber lâchement au pied de tes autels.
Las de le trouver sourd, il croira le ciel vide.
Jetant sur toi son voile éternel et splendide,
La Nature déjà te cache à son regard ;
Il ne découvrira dans l’univers sans borne,
Pour tout Dieu désormais, qu’un couple aveugle et morne,
La Force et le Hasard.
Montre-toi, Jupiter, éclate alors, fulmine,
Contre ce fugitif à ton joug échappé !
Refusant dans ses maux de voir ta main divine,
Par un pouvoir fatal il se dira frappé.
Il tombera sans peur, sans plainte, sans prière ;
Et quand tu donnerais ton aigle et ton tonnerre
Pour l’entendre pousser, au fort de son tourment,
Un seul cri qui t’atteste, une injure, un blasphème,
Il restera muet : ce silence suprême
Sera ton châtiment.
Tu n’auras plus que moi dans ton immense empire
Pour croire encore en toi, funeste Déité.
Plutôt nier le jour ou l’air que je respire
Que ta puissance inique et que ta cruauté.
Perdu dans cet azur, sur ces hauteurs sublimes,
Ah ! j’ai vu de trop près tes fureurs et tes crimes ;
J’ai sous tes coups déjà trop souffert, trop saigné ;
Le doute est impossible à mon coeur indigné.
Oui ! tandis que du Mal, oeuvre de ta colère,
Renonçant désormais à sonder le mystère,
L’esprit humain ailleurs portera son flambeau,
Seul je saurai le mot de cette énigme obscure,
Et j’aurai reconnu, pour comble de torture,
Un Dieu dans mon bourreau.
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