I.

SOLO mirarás el fondo blanco del techo y luego el negro fondo del sueño. Te quitarás la ropa y serán mis ojos sobre tu cuerpo como una mano que te escruta y te violenta amorosamente. Enmudecida, caerás en una cama de vértigos, de aires lacerados y voces fragmentadas que te nombran. Ahora prepárate, caerás en un lecho de sombras, donde sólo tú y yo, ajenos y distantes, nos amaremos sin nombres, nos confundiremos en una roja marejada de silencios, seremos un nudo de víboras mordiendo, envenenándonos. Será mi lengua socavando tu perfil atormentado, mis dientes hiriendo el diluvio de tus muslos, ávidos y sangrantes, mi aliento gozándose en este nuestro vicio.

Despiertas, entre tus muslos una rosa de cenizas líquidas. Ese mismo sabor incierto entre tus labios como si toda la noche, durante el sueño, hubieras mordido la piel del humo y no te quedara más que una costra de hollín en la boca. Encenderás un cigarro para quitarte el sabor a sombras, a noches, a sueños. La memoria es una cortina de humo que se disuelve como una brisa de saliva sobre el cuerpo de una muchacha insomne. Y tú eres esa muchacha, en tu espalda, los tatuajes de las voces abigarradas, ese texto interminable, inteligible, intermitente como un párpado, como un beso interrumpido o una mano descubierta bajo la falda, y tú, al borde del grito o del llanto, cerca de ese vértigo de cuerpos amalgamados. Pero es imposible y lo sabes, las imágenes se diluyen, el paisaje sin rostro es apenas un cartílago, una fisura por el que su fugan figuras informes.

Quieres fijar en tu memoria el rostro, aferrarte a sus gestos, a sus ojos abismos en el que te sumerges, a sus labios orlados de vidrios y púas que laceran los tuyos y te muerden, amor, en este juego de vacíos y te perforan, amor, tus pezones cópula de un vientre tácito y lamen, amor, tus muslos espejos cóncavos en el que encontramos esferas del destierro. Ahora levántate, caminas hacia el baño y mírate y reconócete en ese charco de agua cayendo sobre tu cuerpo, reconócete y reconóceme, soy yo tu yo, tuyo este rostro al que te aferras… Ahora limpias tus muslos y sientes un centenar de hormigas trazando un texto, una memoria que aquí comienza, en este negro fondo del sueño:

II

El cuerpo es la palabra de dios sobre la arena. Si la escritura es la representación gráfica del sonido de la voz, entonces nuestros cuerpos son fonemas, somos el grito de dios sobre el vacío, somos el aullido sin sosiego de un dios agónico en la soledad, somos como dijo Mario Santiago, el aullido del cisne. Así, yo te evoco, digo tu nombre sobre la arena, trazo tu nombre sobre la arena, lo escribo sobre este cuaderno poroso, sobre esta costa de costras y caracoles. Digo en silencio tu cuerpo para que no se fugue como esa ola que se arrastra silenciosa bajo los pies desnudos, digo tu nombre en secreto, deletreo cada sílaba de tu cuerpo para que nazcas de la arena, soplo sobre este polvo calcinante y dialogo con esta materia inane que pronto será todo tu cuerpo-nombre articulándose con esta arena, bebiendo de la espiral salobre de mi boca el néctar de la vida, respirando el hálito de las palabras que te nombran.

Quién eres?/la voz que te nombra/y ese eco?/es la palabra de alguien nombrando a alguien/tengo miedo de ser un nombre/no temas, todos desde el principio, lo hemos sido, ves ese pájaro que se arrastra sobre las alas del aire, es la sonrisa inquieta de un niño mirando por primera vez a su madre/y tú, eres un nombre?/no, soy el deseo de un cuerpo y tú, el objeto de mi deseo/pero el deseo es incorpóreo/pero no la palabra y la palabra es cuerpo y el cuerpo la in-corporación del deseo/no me dejes/aunque quisiera no podría, tú y yo somos un signo tatuado en la memoria del tiempo, en la memoria del cuerpo.

Una caricia de cuchillos amarillos se tiende sobre la sintaxis del mar, los cuerpos tostados de los jóvenes bañistas se alzan esbeltos de la arena: torsos y muslos esmerilados por una lengua de fuego sobre la carne; una muchacha camina alfonsina y sonámbula y se abisma en esa gramática de luces y no vuelve, será una sombra balanceada por las olas, su muerte una ofrenda a la vida; un par de adolescentes desnudos reconocen sus cuerpos con sus manos, así como tú, cuando niño, frente al espejo rozabas tus dedos en tus miembros y sentías como el contacto contigo mismo templaba la corteza tu piel y despertaba un mundo de sensaciones innómines ; tomadas de las manos, ellas caminaron sobre la costa, al fondo, el crepúsculo se extendía como una manada de tigres exhaustos, ella murmuró algo en su oído y luego se deshizo…

III

Tu cuerpo es la página en la que se escribe esta historia. Nada hay afuera. Solo el irritado roce con el vacío y la agonía de los rostros ateridos a la multitud. Quédate aquí, en tu cuerpo, en esta página inmácula en la que se narra nuestra historia, déjalos a ellos en su nada, en su vida de escaparates y lentejuelas, en su indómita mansedumbre de costumbres. Ahora escribe, sólo la escritura es real, conjúrame con tu verbo y seré cuerpo, el cuerpo de la palabra que me nombra, invócame y seré sobre tu carne la callada materia de tu sueño.

Dúctil dardo ingrávido, el humo garabatea siluetas sobre el vacío, fijos al techo tus ojos siguen ese rastro de grises serpeantes, se prenden al blanco y exasperados buscan la salida. Arrójalo o te quemarás los dedos. Ahora regresa y recuerda…

… el fondo negro del sueño

Cuerpos trenzados y huellas sobre la arena, de fondo incrustado el sol anuncia el ocaso y una cortina ocre se cierne sobre tu espalda, salamandra, te tomo de la mano y te arrastro a mi lecho de costras y caracoles, me acerco a tu oído, te digo algo, recuerda, las palabras cayeron como húmedas mandorlas en la cuenca anegadas de anémonas y reptiles, recuerda, salamandra, el viento zarandeaba tu cabello de crespa modorra y tu sonrisa iba y venía como la sidra ardiendo en los miembros y venas, recuerda salamandra, algo te dije al pie de tu silencio, recuerda, salamandra y escribe, escribe las palabras que te dije, sólo así recogeremos los fragmentos de nuestra historia, fíjame en tu memoria, mandorla, vuélveme…