
Pocas veces el recuerdo me habla tan fuerte. Se me vuelve con frecuencia, un susurro por encima del que puedo acomodar mi día a día y simplemente posponer la urgencia de fijar la imagen y la palabra. “Zim…” tengo mucho que decir de ti, todavía. Antes que el océano borre con su distancia de días tus árboles, tu comida, tu gente.
En Nicaragua, ni siquiera sale el sol y viniste a mi mente con tus calles de olor añejo y esas flores púrpuras del Jacaranda Tree, esparcidas por la ciudad, con esos chicos vendiendo fruta, pastes, cosas que no defino… Y las hojas amargas con aceite que acompañaron la carne y el maíz blanco, la masa cocida que comí con la mano.
Aún no he agradecido suficiente. Tal vez por eso vienes como un remordimiento. Y me despiertas a esta hora. Rúmbie, Chirikure, la mujer que hizo Sadza en casa de Chiri, la caja de chibuku o chicha de maíz sobre la mesa, Rúmbi con sus intensos ojos negros tan tristes y expectantes. La foto de su madre en algún lugar de la casa y los espacios todavía pequeños del privilegio que tiene un poeta excepcional de Sudáfrica. Ví a Rúmbi saliendo de clases, la primera vez, con el uniforme elegante de las niñas de sociedad, según me pareció. Falda plisada azúl, chaqueta blanca con bordes azules en la solapa, sombrero, medias blancas. Al mejor estilo reina Elizabeth. Para luego verla en casa, siguiendo con sumisión las pautas de su cultura. Atender al visitante, ofrecer de rodillas agua tibia para lavarme las manos (por aquello de la reminiscencia del cólera), servir los alimentos, y alejarse. Todo en perfecto silencio.
Nuevamente transito las calles y veo las bolsas de tomates, los enormes repollos de regreso a Harare. Los chinamos mínimos y el abismo de la desigualdad donde el coeficiente de Gini es una metáfora.Yo tomé sidra en una copa de cristal y conversé sobre la “terrible” falta de lectura en Zimbabwe. Lo relacioné con Nicaragua. Lo absurdo sin embargo era la brutalidad del choque entre las cosmovisiones. Aquella pareja inglesa, dueños de la mejor editorial, incapaces de entender las causas de la falta de consumo literario… y yo preguntándome cómo no haber descubierto la respuesta después de 20 años en Harare, esa ciudad con tantas rocas esculpidas. De regreso al hotel, se estampó en mi rostro una de las propiedades del presidente, con algunos kilómetros de extensión replicando a pierna suelta el muro perimetral de una “embajada americana.” Irónico.
Luego, la cadena televisiva ZBC, y ese programa al que fui a decir un par de maltrechas palabras en inglés contando el objetivo de mi paso por ahí y las impresiones obtenidas hasta el momento. Aquellas preguntas dadas con antelación para el ejercicio oportuno de la respuesta: Que era de Nicaragua, que estaba ahí por un programa de cooperación sur-sur de HIVOS y que estaba impresionada por ver cuántas mujeres esforzadas y talentosas eran parte de la organización Zimbabwe Women Writers, a quienes felicitaba por su gran labor; a lo sumo, eso fue lo que dije.
Pero también estaba captando con la lente el embudo de valores humanos. Una apurada lección de cultura urbana de Zimbabwe. Aquellas negras hermosas prostituyéndose a los turistas, algunas adolescentes con hombres mayores europeos en los bares donde las mujeres decentes no llegan después de ciertas horas. Y a falta de mujeres, los hombres africanos bailan con otros hombres. Pero contradictoriamente, la homosexualidad y la sexualidad en general son temas tabú pues me decía Eresina, una las escritoras, “ni siquiera tenemos palabras propias para hablar de erotismo. Para eso recurrimos a la lengua extranjera.” Herencia colonial-según la poeta mozambiqueña, Xapa- tras la introducción de las religiones y sus distintas moralidades contrapuestas a una aciaga libertad de pechos desnudos que ella parece añorar.
También tomé vino sudafricano con Xapa en el Book Café, y comí muchas Zamusas. Me pagaron $20 dólares por haber leído algunos poemas traducidos al inglés-según xapa-mal traducidos- y por haber iniciado un conversatorio sobre literatura, racismo y autoafirmación femenina. Un verdadero tiro al blanco. De esa experiencia preservo la risa de un joven africano que no comprendió por qué mi poema “rotundamente negra” afirma un ser que no existe. Porque no soy negra de piel y es rídiculo que me autoproclame negra, según él. Le daba risa. Y no le culpo. La Africa que reivindicamos es la de memoria ancestral y el color -diluído en mí-de la autoestima restaurada por tantos siglos de opresión racial, tal como lo digo en mi escrito “Las mujeres de Goromonzi”. De nada sirve contarles que provengo de la Costa Caribe de Nicaragua y que mi lado paterno es afrodescendiente, que supuestamente vinimos desde Jamaica y antes de eso, de Nigeria.
Por mucho tiempo sentimos vergüenza de tener el estigma de la africanidad en nuestras venas. Se trata de una experiencia histórica de silenciamiento, de invisibilidad que hoy ponemos de manifiesto como afro descendientes. Aunque África, tal vez ya no nos recuerde. No obstante, pude preguntarle a alguien de allá, cómo se siente que nosotros en América hablemos de nuestro sentido de revaloración del origen africano.
Fue a Jonathan, el periodista que habla español porque estudió en Cuba. En la isla de la juventud. – y aquí entre nos, qué dicha la mía de poder hablar español en Zimbabwe. Fue como haberme sanado de la sordera idiomática que me causa el inglés. Una especie de prótesis sin la que hoy día no debes andar. Tu laisser passer mundial-Adoré a Jonathan. No me importaba que todo el tiempo me llamara “mi amol” y que me sonara tan confianzudo, tal como somos en verdad los latinos. Me resultó fraterno, una tabla de salvación para mi miedo a la malaria pues me relajó poder evacuar tantas dudas sobre este tema con la libertad de mi idioma y la espontánea idiosincrasia de mi confianzuda cultura. Su respuesta fue simplemente “bien” aunque para mí el que algunos me llamaran “sister”después de aquél debate, lo expresa todavía mejor.
Managua, Nicaragua. 12 de septiembre de 2010.Pocas veces el recuerdo me habla tan fuerte. Se me vuelve con frecuencia, un susurro por encima del que puedo acomodar mi día a día y simplemente posponer la urgencia de fijar la imagen y la palabra. “Zim…” tengo mucho que decir de ti, todavía. Antes que el océano borre con su distancia de días tus árboles, tu comida, tu gente.
En Nicaragua, ni siquiera sale el sol y viniste a mi mente con tus calles de olor añejo y esas flores púrpuras del Jacaranda Tree, esparcidas por la ciudad, con esos chicos vendiendo fruta, pastes, cosas que no defino… Y las hojas amargas con aceite que acompañaron la carne y el maíz blanco, la masa cocida que comí con la mano.
Aún no he agradecido suficiente. Tal vez por eso vienes como un remordimiento. Y me despiertas a esta hora. Rúmbie, Chirikure, la mujer que hizo Sadza en casa de Chiri, la caja de chibuku o chicha de maíz sobre la mesa, Rúmbi con sus intensos ojos negros tan tristes y expectantes. La foto de su madre en algún lugar de la casa y los espacios todavía pequeños del privilegio que tiene un poeta excepcional de Sudáfrica. Ví a Rúmbi saliendo de clases, la primera vez, con el uniforme elegante de las niñas de sociedad, según me pareció. Falda plisada azúl, chaqueta blanca con bordes azules en la solapa, sombrero, medias blancas. Al mejor estilo reina Elizabeth. Para luego verla en casa, siguiendo con sumisión las pautas de su cultura. Atender al visitante, ofrecer de rodillas agua tibia para lavarme las manos (por aquello de la reminiscencia del cólera), servir los alimentos, y alejarse. Todo en perfecto silencio.
Nuevamente transito las calles y veo las bolsas de tomates, los enormes repollos de regreso a Harare. Los chinamos mínimos y el abismo de la desigualdad donde el coeficiente de Gini es una metáfora.Yo tomé sidra en una copa de cristal y conversé sobre la “terrible” falta de lectura en Zimbabwe. Lo relacioné con Nicaragua. Lo absurdo sin embargo era la brutalidad del choque entre las cosmovisiones. Aquella pareja inglesa, dueños de la mejor editorial, incapaces de entender las causas de la falta de consumo literario… y yo preguntándome cómo no haber descubierto la respuesta después de 20 años en Harare, esa ciudad con tantas rocas esculpidas. De regreso al hotel, se estampó en mi rostro una de las propiedades del presidente, con algunos kilómetros de extensión replicando a pierna suelta el muro perimetral de una “embajada americana.” Irónico.
Luego, la cadena televisiva ZBC, y ese programa al que fui a decir un par de maltrechas palabras en inglés contando el objetivo de mi paso por ahí y las impresiones obtenidas hasta el momento. Aquellas preguntas dadas con antelación para el ejercicio oportuno de la respuesta: Que era de Nicaragua, que estaba ahí por un programa de cooperación sur-sur de HIVOS y que estaba impresionada por ver cuántas mujeres esforzadas y talentosas eran parte de la organización Zimbabwe Women Writers, a quienes felicitaba por su gran labor; a lo sumo, eso fue lo que dije.
Pero también estaba captando con la lente el embudo de valores humanos. Una apurada lección de cultura urbana de Zimbabwe. Aquellas negras hermosas prostituyéndose a los turistas, algunas adolescentes con hombres mayores europeos en los bares donde las mujeres decentes no llegan después de ciertas horas. Y a falta de mujeres, los hombres africanos bailan con otros hombres. Pero contradictoriamente, la homosexualidad y la sexualidad en general son temas tabú pues me decía Eresina, una las escritoras, “ni siquiera tenemos palabras propias para hablar de erotismo. Para eso recurrimos a la lengua extranjera.” Herencia colonial-según la poeta mozambiqueña, Xapa- tras la introducción de las religiones y sus distintas moralidades contrapuestas a una aciaga libertad de pechos desnudos que ella parece añorar.
También tomé vino sudafricano con Xapa en el Book Café, y comí muchas Zamusas. Me pagaron $20 dólares por haber leído algunos poemas traducidos al inglés-según xapa-mal traducidos- y por haber iniciado un conversatorio sobre literatura, racismo y autoafirmación femenina. Un verdadero tiro al blanco. De esa experiencia preservo la risa de un joven africano que no comprendió por qué mi poema “rotundamente negra” afirma un ser que no existe. Porque no soy negra de piel y es rídiculo que me autoproclame negra, según él. Le daba risa. Y no le culpo. La Africa que reivindicamos es la de memoria ancestral y el color -diluído en mí-de la autoestima restaurada por tantos siglos de opresión racial, tal como lo digo en mi escrito “Las mujeres de Goromonzi”. De nada sirve contarles que provengo de la Costa Caribe de Nicaragua y que mi lado paterno es afrodescendiente, que supuestamente vinimos desde Jamaica y antes de eso, de Nigeria.
Por mucho tiempo sentimos vergüenza de tener el estigma de la africanidad en nuestras venas. Se trata de una experiencia histórica de silenciamiento, de invisibilidad que hoy ponemos de manifiesto como afro descendientes. Aunque África, tal vez ya no nos recuerde. No obstante, pude preguntarle a alguien de allá, cómo se siente que nosotros en América hablemos de nuestro sentido de revaloración del origen africano.
Fue a Jonathan, el periodista que habla español porque estudió en Cuba. En la isla de la juventud. – y aquí entre nos, qué dicha la mía de poder hablar español en Zimbabwe. Fue como haberme sanado de la sordera idiomática que me causa el inglés. Una especie de prótesis sin la que hoy día no debes andar. Tu laisser passer mundial-Adoré a Jonathan. No me importaba que todo el tiempo me llamara “mi amol” y que me sonara tan confianzudo, tal como somos en verdad los latinos. Me resultó fraterno, una tabla de salvación para mi miedo a la malaria pues me relajó poder evacuar tantas dudas sobre este tema con la libertad de mi idioma y la espontánea idiosincrasia de mi confianzuda cultura. Su respuesta fue simplemente “bien” aunque para mí el que algunos me llamaran “sister”después de aquél debate, lo expresa todavía mejor.
Managua, Nicaragua. 12 de septiembre de 2010.